05-08-2014

Por fin

Por Juan Rezzano (*) – Columna de 221 Radio (103.1)

Estela de Carlotto 2Serás lo que debas ser, o no serás nada, dijo San Martín. Bueno, Guido Carlotto debía ser Guido Carlotto. Nadie más. Y ahora va a poder.

Juan RezzanoLa noticia de la recuperación del nieto de Estela nos estremeció de felicidad. Porque, cada vez que las Abuelas encontraban a un nieto – a un bebé arrancado del vientre mismo de una víctima de la maquinaria más atroz de la atroz dictadura cívico militar-, ella se hacía cargo del anuncio con esa alegría que la desbordaba, con esa sonrisa que se le salía de la cara, con ese amor que la empujaba a no parar nunca. Y nosotros, más egoístas que ella – que no conoce el egoísmo porque la mueve la solidaridad más pura- pensábamos: puta, che, ¿cuándo le va a tocar a ella?

En La Plata, la noticia de la recuperación del nieto de Estela nos estremeció de felicidad capaz que un poco más. Porque todos conocemos a un Carlotto. A Estela, a Guido, a Remo, a Claudia. O a un Falcone. Y muchos conocieron a Laura – algunos lucharon con ella. Y porque, como escribió Yiyo Cantoni para los relatos que le dieron – justo- identidad a 221 Radio, en La Plata, la dictadura fue más dictadura.

En un mundo detonado por guerras y fanatismos, siempre amenazado por el odio, las Estelas – las otras Abuelas y las Madres y los HIJOS- son los imprescindibles de Bertolt Brecht. Son como el ángel de la Historia de Walter Benjamin, que se daba vuelta, veía la masacre de Auschwitz y no aceptaba siquiera la posibilidad de abandonar a las víctimas atrapadas bajo las ruinas de ese pasado de horror, porque no podía imaginar un futuro construido sobre esos cuerpos sepultados por los escombros de la Humanidad arrasada.

A Estela le secuestraron una hija y le devolvieron un cadáver ultrajado. Y además le robaron un nieto. Vaya si tenía derecho a odiar, Estela, pero nunca peleó con el odio. En cambio, luchó con el amor, que resultó mucho más poderoso. No buscó venganza. Pidió Justicia.

Por eso, Estela es nuestro faro más brillante.

Por eso, hoy nos estremece la felicidad.

Porque al final, por fin, le tocó a ella, que va a poder abrazar a Guido antes de morirse. Y tocarlo, y mirarle la cara, y reconocerlo en sus rasgos de Carlotto.

(*) Periodista. Columnista de 221 Radio.