09-06-2022

El periodismo ante la desigualdad social

Por Fernando J. Ruiz – Columna del Diario Clarín

Las alertas de los periodistas son más tenues cuando la violación es a los derechos sociales, que a los derechos civiles y políticos.

Fernando J Ruiz 1 300x351 1

En América Latina la desigualdad social es persistente. Desde las independencias tenemos sociedades segregadas y fracturadas. Cada tanto tenemos ciclos de auge que parece que sacarán del pozo a nuestra ciudadanía marginada, pero esos brotes suelen ser inestables y breves.

El periodismo acompaña esa desigualdad desde hace dos siglos. Convive con una cancha desnivelada donde el origen social de las personas determina en gran parte su destino social. Entre tres y cinco de cada diez niños que nacen son pobres, y es muy baja la probabilidad de que dejen de serlo.

¿Qué tiene que ver el periodismo con esta catástrofe humanitaria? Es evidente que somos una parte importante de una sociedad bloqueada. Los periodistas suelen activar las alertas cuando hay violaciones en los derechos civiles y políticos, pero sus alertas son más tenues cuando la violación es a los derechos sociales.

Las alertas periodísticas se activan cuando un funcionario es acusado de corrupción, pero si el mismo funcionario incumple una obligación legal relacionada con los derechos sociales la indignación es menor. La impresión es que esos derechos son caros, de segunda clase, condicionados a la performance económica y a cierta discrecionalidad de los funcionarios.

En el Comparative Constitutions Project las constituciones latinoamericanas son las que más derechos prometen a sus ciudadanos: la de Ecuador, 99 derechos; Colombia, 76; Venezuela, 82; Nicaragua, 77; México, 81. Pero recorrer cualquier país muestra un paisaje de ausencia de derechos realmente existentes. Nuestras constituciones son como las hijas mayores del Rey Lear: prometen un amor que no tienen.

Este contraste existe porque hay una baja cultura de la legalidad. Es grande la distancia entre las normas legales (lo que se debe hacer) y las normas sociales (lo que efectivamente se hace). Y el periodismo siempre ha influido sobre esas normas sociales mediante premios y castigos sobre la reputación de las personas y los distintos sectores.

Además, las redacciones que tienen apetito de calidad buscan ser un espejo de la demografía de la sociedad a la que quieren servir. Pero la realidad es que los periodistas, en general, le hablan a la clase media, no a los sectores populares. No quiere decir que los ignoren, de hecho, hay un intento en muchas redacciones de defender sus derechos, pero es un esfuerzo esporádico, fugaz y externo a ese mundo. Y es difícil que podamos ser escuchados por aquellos a los que no les estamos hablando.

También los periodistas pueden sentir que su público no es ese, ni que le interesa demasiado el tema, por lo que la ciudadanía hundida es marginal en la agenda. No hay foco en los techos de cristal o muros de piedra que reproducen la desigualdad social. Hasta que se rebelan y son peligrosos, y eso regresa el foco a las zonas populares.

Otro agravante es que, si los medios dependen del poder político para su financiamiento, es difícil que entren todas las voces. En cada país, hay pocos medios que son sustentables y les dan libertad de acción a sus periodistas.

Las alternativas electorales de dudoso compromiso democrático en América Latina se benefician de esta falta de énfasis en la ciudadanía social. Pero, en cada momento histórico, el periodismo ha puesto su énfasis en lo que cada época requería. Por eso, es posible que la necesidad principal de esta época sea defender la ciudadanía en forma integral, poniendo al mismo nivel de importancia a los derechos sociales.

(*) Profesor de la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral y miembro de la Academia Nacional de Periodismo.