17-11-2014

En la Argentina, también los narcos van por todo

Por Jorge Fernández Díaz (*) – Columna publicada el domingo 16 de Noviembre en el diario La Nación

Jorge Fernández DíazDos disparos. Pum, pum. Uno en la cabeza y el otro en el tórax. Y de pronto un colombiano yace sin vida en una calle de Rosario. Otros dos disparos secos. Pum, pum. Y otro colombiano muere en una villa del conurbano bonaerense. Sucedió esta misma semana, y los expertos están seguros de que no hay vinculación alguna entre esas dos ejecuciones, salvo por la nacionalidad de las víctimas y por el hecho de que aparentemente formaban parte del sistema «gota a gota». Esta práctica nació en Medellín durante los años ochenta, cuando los narcos comenzaron a comprar muebles y electrodomésticos, y trataron de multiplicar sus excedentes por medio de la usura. Agentes de ese inframundo otorgaban préstamos con altos intereses a personas de bajos recursos y cobraban por las buenas y por las malas a sus esclavizados deudores. Este negocio es apenas una de las múltiples formas adicionales del narcotráfico, pero su aparición en la Argentina demuestra el grado de crecimiento que está alcanzando toda esa industria.

Un ministro del gobierno nacional llamó hace unos meses a punteros de barriadas pobres y les dijo: «Tenemos que combatir a los narcos. Pídanme planes, si los necesitan». Sus interlocutores le respondieron: «Con los planes ya no podemos hacer nada, ministro. Un pibe dedicado a la falopa gana trescientos pesos diarios. Nos están pasando por arriba». Daniel Arroyo, que fue funcionario del área de políticas sociales y es uno de los grandes especialistas en la materia, asegura que hemos ingresado a un nuevo e inquietante ciclo.

En la primera fase, los narcos competían en los barrios con los punteros, los partidos y la Iglesia. En la segunda fase, la venta de estupefacientes ya era vista como un oficio que permitía la movilidad social, lo que masificó su influencia: pasó de ser un problema caracterizado como tráfico y adicción a convertirse en un pujante fenómeno económico. Al que vendía le iba mejor que al que trabajaba. Por fin llegamos hace dos años a esta tercera fase: los narcos dominan hoy el territorio, crean cadenas de distribución y comercialización de la mercadería, generan nuevas actividades laborales, prestan servicios sociales y se dan el lujo de presentarse como benefactores de la comunidad: son los que ahora garantizan también la canchita de la esquina o el nuevo dispensario. El líder narco se ha convertido así en un nuevo sujeto social y en un destacado actor político, que va reemplazando o incluso cooptando al puntero.

Desde hace poco menos que un lustro, la gestión económica se desquició y el Estado comenzó a perder efectividad para contener a los distintos segmentos de la extrema pobreza. El empleo en negro se fue deteriorando, la inflación licuó los ingresos de las clases bajas y los planes perdieron relevancia. La pobreza está en el orden del 27%, el trabajo informal supera el 34% y recordemos: hay por lo menos 1.500.000 jóvenes que no estudian ni trabajan. El propio concepto del trabajo ha perdido valor durante estos años, el clientelismo arrasó con ese elemento integrador y dejó una cultura mercenaria, y por primera vez el narcotráfico está ofreciendo una salida económica donde el Estado se muestra a todas luces impotente. La Argentina se encuentra entre los mayores exportadores de cocaína del mundo y es a la vez uno de los principales consumidores. Hace rato que dejó atrás el papel de mera nación de tránsito. Las coimas para proteger los envíos al exterior se pagan con cocaína, y ésta circula en todas las clases sociales. En las villas porteñas comenzaron a escucharse narcocorridos mexicanos.

El operador táctico y territorial de uno de los principales candidatos a la presidencia de la Nación pide anonimato y muestra su alarma. «Hay un cambio tremendo en muchos punteros -dice. Hace diez años apretaban cada vez que había elecciones; después se acostumbraron a extorsionar todo el tiempo y por diversos motivos. Ahora algunos de ellos dejaron misteriosamente de presionar, y eso es más preocupante todavía. Porque demuestra que ya tienen autonomía financiera. Gracias al narcomenudeo, algunos punteros ostentan tanto poder que ya no le reclaman guita al político, sólo la aceptan cuando éste les pide entrar en la villa para hacer proselitismo. Es un cambio dramático. El político perdió autoridad en los asentamientos.»

Ni el Poder Ejecutivo ni las administraciones municipales y provinciales, ni el oficialismo ni la oposición vieron venir el tren. Pero el tren está sobre nosotros, y nadie sabe muy bien cómo arreglar este nudo antes de que el narcotráfico avance otro casillero. Pepe Nun explica el fondo de la cuestión al hablar de «la teoría de la tasa de marginalidad». Marx creía que el capitalismo jugaba al dominó: tres años de prosperidad, absorción de toda la mano de obra, en consecuencia aumento de salarios, disminución de la ganancia y por lo tanto de la inversión; luego suspensiones y despidos, tres años de recesión y el comienzo de una nueva vuelta. Marx hablaba de un ejército industrial de reserva: gente que sólo es llamada en la expansión y para trabajar ocasionalmente en la infraestructura, y cuya desocupación era funcional a este gran circuito económico. Sin embargo, con el arribo de la era financiera y otros factores del nuevo capitalismo, una buena parte de ese ejército laboral de reserva nunca más encuentra trabajo. Crece y se transforma en una enorme masa marginal. Con los planes sociales se buscó neutralizar su conflictividad y su capacidad de reclamo. El narco también cumple esa función: narcotiza y subsana lo que no puede ser absorbido por el aparato productivo, que fracasa de manera más intensa con economías falsamente inclusivas y escasamente vigorosas y consistentes. Ese ejército de reserva crece y se vuelve crónico en la Argentina, y el erario ya es incapaz de contenerlo.

«Gracias al narcomenudeo, algunos punteros ostentan tanto poder que ya no le reclaman guita al político, sólo la aceptan cuando éste les pide entrar en la villa para hacer proselitismo. Es un cambio dramático. El político perdió autoridad en los asentamientos».

El senador colombiano Antonio José Navarro Wolff, que participó de las históricas negociaciones de paz con el M-19 y después fue un destacado político y un experto en temas de desarrollo y seguridad, visitó el jueves Buenos Aires y aludió al insólito encuentro que llevaron a cabo el año pasado en nuestro país los jefes de las dos organizaciones de narcotraficantes más peligrosas de Medellín. Esa reunión tenía aparentemente por objeto la repartija del negocio de estupefacientes en Colombia tras la extradición a Estados Unidos del anterior cacique narco. De común acuerdo, los líderes mafiosos llegaron a la conclusión de que el mejor y más seguro terreno neutral era la Argentina. «Ustedes tienen que pensar muy bien qué está pasando internamente para que sea posible que dos bandas de Medellín hagan una reunión en Buenos Aires -le dijo Navarro Wolff a Infobae. Esto demuestra que hay un problema en el esquema de funcionamiento de la seguridad de la Argentina. Que permite un encuentro de esas características. Porque podría haberse producido en Chile o en Uruguay… Evidentemente aquí hay un agujero que el Estado no está cubriendo. Colombia y México reaccionamos demasiado tarde a un proceso de cartelización, de control territorial de las bandas. En países donde está empezando a suceder, como la Argentina, hay que actuar oportunamente conociendo la experiencia de quienes tuvimos que pasar por ese calvario.»

En el transcurso de estos días también giró entre los más importantes dirigentes del radicalismo un brillante ensayo del escritor Héctor Aguilar Camín acerca de la epidemia criminal que produjo en México, y en sólo seis años, 80.000 muertos y 22 mil desaparecidos. Asevera que la mafia de las drogas tiene un método de captura gansteril de los gobiernos locales y, como consecuencia de ésta, «una captura de la sociedad local, mediante diversas formas de amedrentamiento, control social, despojo, secuestro y un sistema de pago de cuotas y derechos que envidiaría el sistema impositivo de cualquier Estado». El largo informe demuestra que el salto de un escalón a otro en materia de narcotráfico muchas veces es rápido y sorprendente. Las autoridades hicieron la vista gorda, y luego cuando el monstruo había crecido y era incontrolable, declararon la guerra frontal. Esa contraviolencia tardía rompió códigos «no sólo entre los violentos sino de muchos otros grupos, vecinos e inquilinos del submundo». Este punto es crucial para los argentinos, puesto que todavía tenemos la oportunidad de amenguar el fenómeno sin tener que lanzar una jihad ciega con el aparato estatal y generar un gran baño de sangre. «Es una exageración decir que México ha vivido los primeros años del siglo XXI una guerra civil – escribe Aguilar Camín. Quizás sea también una exageración sostener lo contrario.»

El papa Francisco, que conoce la progresión del problema, se mostró esta semana muy preocupado. «Cuidémonos de la violencia institucional para que no nos pase en la Argentina lo de México, donde desaparecieron 43 jóvenes», señaló en referencia al episodio de los estudiantes calcinados. La situación nacional es muy grave. Y la amenaza recibida el miércoles por nuestro corresponsal en Rosario, Germán de los Santos, constituye un doloroso símbolo de la colombianización del país. A la política no le queda mucho tiempo. Si no se despierta al final sobrevendrá una guerra, que se presentará como inevitable y que será catastrófica.

(*) Periodista. Columnista del diario La Nación y Radio Mitre.