01-10-2016

El rol del periodismo moderno como vehículo del diálogo interreligioso, intercultural y entre las civilizaciones

Por Rodolfo Pousá (*) – Columna de la Agencia Telam

Buenos Aires, 16-08-2016 Rodolfo Pousá, Presidente de Télam S.E.Desde comienzos de este siglo XXI, la acelerada transformación tecnológica impulsa cada día más la rápida globalización que envuelve a todas las civilizaciones y plantea a los líderes mundiales la necesidad de avanzar lo más rápido posible en la búsqueda de soluciones a los nuevos problemas y desafíos, entre los que sobresalen la necesidad de resolver los conflictos que exponen las diferencias culturales, religiosas y sociales de nuestras sociedades mediante la intensificación de un diálogo sincero y profundo que permita desterrar la posibilidad de guerras y garantice un orden internacional que asegure la paz mundial.

En este escenario, el  periodismo moderno tiene una tarea clave que es ni más ni menos que la generación de la información que impacta en la opinión pública, que nació a fines del siglo XVIII, según el filósofo alemán Jürgen Habermás, cuando la gente se reunía en cafetines para conversar sobre temas sociales de su interés que iban más allá de su vida cotidiana, sin necesidad de permiso de autoridades civiles o eclesiásticas, y plantea para el filósofo alemán,  que los cambios sociales deben darse en un ámbito simbólico, “en el ámbito de la comunicación y el entendimiento entre los sujetos”, es decir, entre los pueblos.

Precisamente, y tomando como referencia  el menú de cuestiones a consensuar, el profesor de la Universidad de Harvard Samuel Huntington expone en su libro “El Choque de Civilizaciones” que “basta con señalar la necesidad de acordar sobre el concepto de civilización, o la cuestión de la existencia o no de una civilización universal, a los que deben agregarse la relación entre poder y cultura, el cambiante equilibrio de poder entre las civilizaciones, la nativización cultural en las sociedades no occidentales, la estructura política de las civilizaciones, los conflictos generados por el universalismo occidental, el proselitismo musulmán,  y un tema fundamental: el impacto decisivo del crecimiento demográfico mundial en la inestabilidad y el equilibrio del poder”.

Huntington, en su obra editada en 1997, predice que los conflictos del futuro estarían más determinados por los factores culturales que por los económicos o ideológicos, y más allá de analistas que no comparten ese punto de vista, diecinueve años después, en este foro la mirada está puesta en la necesidad de asegurar un diálogo entre civilizaciones a fin de abrir el camino a la compresión intercultural e interreligiosa.

El comienzo del siglo XXI expuso, sin lugar a dudas, que el marco de los conflictos había cambiado.

Las acciones desplegadas por grupos fundamentalistas de corte islamista, en las que no se enfrentan Estados, sino grupos de fanáticos organizados contra las estructuras del mundo occidental, montados sobre los problemas contemporáneos del subdesarrollo, las enormes desigualdades sociales y la pobreza, dieron lugar a que muchos expertos anunciaran que estaba en evolución la Tercera Guerra Mundial.

Esta hipótesis incluso la avaló el papa Francisco en un acto en el cementerio de Fogliano Redipuglia, el 13 de septiembre de 2014, donde afirmó: “Estamos transitando la Tercera Guerra Mundial, la cual se libra por etapas”.

Para el Sumo Pontífice, este “belicismo globalizado” se debe a que en la «sombra» de la sociedad convergen los «planificadores del terror» o, lo que es lo mismo, «intereses, estrategias geopolíticas, codicia de dinero y de poder» y una industria armamentística cuyo corazón está «corrompido» por «especular con la guerra».

Las acciones de Francisco, como jefe político del Estado Vaticano y como pastor de la Iglesia, apuntan a despertar conciencia en los líderes de los peligros de un conflicto de baja intensidad y sostenido, pero sin la espectacularidad y esfuerzo de las dos guerras mundiales previas.

“Vivimos en una época de guerra entre abierta y disimulada”, dijo el Papa. Y precisamente en el análisis y exposición de estos temas es donde el periodismo moderno debe servir como herramienta esclarecedora de lo que está pasando, y aportar la información suficiente para tender puentes que abran el conocimiento intercultural e inter religioso que posibilite la comprensión de entre las civilizaciones.

El nuevo orden mundial, surgido después del atentado a las Torres Gemelas en New York en el denominado 11-S, dejó al descubierto que el mundo occidental se enfrenta a grupos de terroristas fanatizados que habitan o se refugian en el bloque de países musulmanes de África y Asia, que no significa un conflicto con un Estado, sino algo más peligroso, pues se trata de grupos inorgánicos que no guardan la estructura operativa de los terroristas tradicionales.

Se trata entonces de un factor más riesgoso, pues muchos de esos miembros radicalizados pueden pasar desapercibidos,  ya que viven o han nacido en países occidentales y es allí donde ejecutan las acciones de terror en operaciones organizadas a través del uso de las redes sociales, o con mensajes recibidos vía internet o incluso mediante anuncios codificados en las cadenas de televisión, que cumplen el objetivo primordial de la propaganda, para movilizarlos y provocar la acción
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Para licuar estas acciones, desde diversos sectores se pide que se promueva el acercamiento y el conocimiento mutuo de las civilizaciones, y justamente ése puede ser el enorme aporte del periodismo con una responsable descripción de los hechos y las causas que los provocan con el fin de superar el odio que se genera en los países de mayoría islámica respecto a Occidente.

Se trata de sentimientos negativos causados por la etapa colonial y que, a la vez, dificultan la asociación de conceptos que hoy tienden a entrelazar la violencia y el terrorismo con el mundo musulmán, y a fin de evitar el crecimiento de movimientos racistas que se observan en algunos países europeos, como también desalentar las reacciones violentas de inmigrantes musulmanes, establecidos ya hace décadas en el viejo continente, en el que parecen no haberse terminado de integrar. Esta es la tarea del periodismo.

Un conocido documento de la denominada Alianza de Civilizaciones señala que para gran parte de la humanidad la libertad para vivir sin miseria sigue siendo algo tan inalcanzable como décadas atrás, y remarca que la pobreza conduce a la desesperanza, a la sensación de injusticia y a la alienación, lo que combinado con reivindicaciones políticas, puede avivar el extremismo, y en ese escrito también se formula una serie de advertencias sobre la relación entre hambre y miseria con terrorismo y guerra.

Esto ha encendido la luz de alerta: siempre que las comunidades crean que están siendo objeto de discriminación constante por razones étnicas, religiosas u otras que amenacen su identidad, lo más probable es que la reafirmen de forma más agresiva, y es precisamente en esas situaciones en las que el periodismo debe esclarecer a los movimientos  de protestas,  que están recibiendo proclamas de los grupos más radicalizados, que utilizan los instrumentos de comunicación que tienen a su alcance, con las nuevas tecnologías, para incentivar la idea de que Occidente es responsable de su situación y de la pobreza y opresión de su pueblo,  en un ejercicio de propaganda similar al que décadas atrás hicieron los regímenes totalitarios en Europa.

La situación de tensión ha escalado con la propaganda por parte de ambos bandos.

Los analistas destacan que algunos grupos radicales y medios de comunicación han explotado esta atmósfera de enfrentamiento, proyectando un mundo formado por culturas y religiones que se excluyen mutuamente, por lo que consideran que el diálogo no debe reducirse al solo ámbito cultural sino que hay que extenderlo al ámbito religioso, especialmente en aquellas sociedades en las que tienen un peso más específico, como las de mayoría islámica y proponen un diálogo fecundo entre las naciones basado en los derechos humanos.

Los expertos que siguen este complejo problema piden a los líderes de opinión pública que promuevan el entendimiento entre culturas y el respeto por las religiones, evitando la islamofobia y el antisemitismo.

Piden que los medios utilicen la libertad de expresión de manera responsable, lo que muchos consideran como una autocensura para evitar situaciones de conflicto y proponen ofrecer a los medios una serie de artículos y análisis sobre el entendimiento entre culturas y religiones que se puedan utilizar en situaciones de crisis.

Una propuesta, así planteada, suena a un intento de regulación de la información que difícilmente sería aceptada por el periodismo, que sí, en cambio, podría colaborar en la apertura del diálogo mediante las difusión de la verdadera información que permita conocer la real causa de los conflictos.

Para contrarrestar estas controversias entre los pueblos, un documento de la Alianza de Civilizaciones recuerda que la historia de las relaciones entre culturas no se limita a conflictos y enfrentamientos, sino que se asienta en siglos de intercambios constructivos y puntualiza que no existe una jerarquía de las culturas, ya que todas han contribuido a la evolución del hombre.

El escrito afirma que la diversidad de culturas enriquece a todas las sociedades y en este sentido, se hace un llamamiento a los medios de comunicación para que sus manifestaciones no puedan servir de excusa a los movimientos radicales con las que justifiquen su conducta violenta. Pero este planteo parece, en definitiva, gestar una amenaza a la libertad de expresión.

Rápidamente vienen a la memoria algunos casos que conmovieron al mundo. Uno que se produjo en el año 2005 con la reproducción en un medio danés de unas viñetas con caricaturas del profeta Mahoma, asociando al Islam con el terrorismo, otro fue el discurso del papa Benedicto en la Universidad de Ratisbona,  donde dejó claro que “la razón purifica la fe de la superstición y el fanatismo, y la fe ensancha los horizontes de la razón para abordar las cuestiones más fundamentales de la vida”, sin olvidar los dibujos de la revista Charlie Hebdo, hechos que levantaron protestas en todo el mundo musulmán y que derivaron en violentas reacciones.

Ante la escalada de tensión entre Oriente y Occidente, algunos políticos pidieron moderación o autocensura para los medios y periodistas con el objetivo de evitar estos enfrentamientos.
Pero debe advertirse que un pedido de esta naturaleza se sabe cómo se inicia pero nunca cómo termina. La excusa de silenciar las voces críticas comienzan por buscar justificarse con lo que parece un noble propósito, al que luego suelen sumarse las pretensiones de gobernantes autoritarios, que, con la intención de evitar desestabilizaciones de sus gestiones, buscan imponer el silencio de la prensa que los critica.

Para concluir con una esperanza en el devenir, hay que tomar en cuenta que el diálogo intercultural e interreligioso ocupa ya un lugar importante en muchas  sociedades y que un periodismo responsable ya ha dado muestras de moderación en un escenario en el que los dirigentes religiosos, tanto cristianos, judíos o musulmanes, tienen una enorme responsabilidad con la sociedad a fin de poder encauzar las controversias que generan trágicos conflictos.

Pero para poder aportar al diálogo entre las civilizaciones, el periodismo moderno no debe olvidar el principio de la “tolerancia” por encima de todo, base del pensamiento de Voltaire, que su biógrafa Evelyn Hall sintetizó en la conocida frase que expresa: “No comparto lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”.

(*) Presidente de la Agencia Télam.