05-10-2016

¿El papa Francisco ha fracasado?

Por Matthew Schmitz (*) – Columna de la edición en español de The New York Times

papa-franciscomatthew-schmitzCuando el papa Francisco llegó a la silla de San Pedro en marzo de 2013, el mundo miraba maravillado. Por fin había un papa acorde con estos tiempos, un hombre que prefería los gestos espontáneos y no las formalidades rituales. Francisco pagó su propia cuenta de hotel y evitó los zapatos rojos. En lugar de mudarse a los lujosos aposentos papales, se instaló en la acogedora casa de visitas del Vaticano. También estableció un tono antidogmático con declaraciones como: “¿Quién soy yo para juzgar?”.

Los observadores predijeron que la calidez, humildad y carisma del nuevo papa desataría el “efecto Francisco”, que atraería de vuelta a los católicos a una Iglesia que ya no parecería tan prohibitiva ni tan fría. A tres años de que comenzó su papado, las predicciones continúan. El invierno pasado, Austen Ivereigh, autor de una excelente biografía sobre el papa Francisco, escribió que su postura menos rígida sobre la comunión para los divorciados y vueltos a casar “podría desencadenar un regreso a las parroquias a gran escala”. Durante sus primeros días, la orden jesuita, a la que pertenece Francisco, se esforzó por llevar a los protestantes de vuelta al rebaño de la Iglesia. ¿Podría hacer lo mismo Francisco con los católicos cansados de los titulares sobre abuso de menores y conflictos de valores?

En cierto sentido, las cosas sí han cambiado. La percepción del papado, o al menos del papa, ha mejorado. Francisco es mucho más popular que su predecesor, el papa Benedicto XVI. El 63 por ciento de los católicos estadounidenses tienen una imagen favorable de él, mientras que solo el 43 por ciento la tenían de Benedicto en la cima de su popularidad, de acuerdo con una encuesta de 2015 de The New York Times y CBS News. Francisco también puso énfasis en tratar de llegar a los católicos desencantados.
Pero ¿de verdad están regresando los católicos? En Estados Unidos, por lo menos, no ha sido así. Nuevos hallazgos del Centro de Georgetown de Investigación Aplicada sobre el Apostolado sugieren que no ha habido ningún Efecto Francisco, o al menos no uno positivo. En 2008, el 23 por ciento de los estadounidenses católicos iban a misa cada semana. Ocho años después, la asistencia semanal a misa se ha mantenido igual o se ha reducido por un pequeño margen, para llegar a 22 por ciento.

Por supuesto, Estados Unidos es solo una parte de una Iglesia mundial. No obstante, los investigadores de Georgetown encontraron que cierto tipo de prácticas religiosas se han debilitado en comparación con el papado de Benedicto. En 2008, el 50 por ciento de los millennials informó haber acudido a la iglesia el Miércoles de Ceniza, y el 47 por ciento dijo haber hecho un sacrificio además de abstenerse de comer carne los viernes. Este año, solo el 41 por ciento comentó haber recibido ceniza y solo 36 por ciento afirmó haber hecho algún sacrificio extra, de acuerdo con el centro de investigación. A pesar de la popularidad personal de Francisco, los jóvenes parecen estar alejándose de la fe.

¿Por qué la popularidad del papa no ha revitalizado a la Iglesia? Tal vez es demasiado pronto para juzgar. Probablemente no podamos tener la medida exacta del Efecto Francisco sino hasta que la Iglesia esté dirigida por obispos designados por él y sacerdotes que adopten su enfoque pastoral. Eso puede tomar años o décadas.

Sin embargo, puede ser que algo más esencial esté obstaculizando el Efecto Francisco: él es un jesuita y, como muchos otros miembros de órdenes religiosas católicas, tiende a ver a la Iglesia institucional, con sus parroquias y diócesis y formas establecidas, como un obstáculo para la reforma. Describe a los párrocos como “pequeños monstruos” que “tiran piedras” a los pobres pecadores. Ha diagnosticado “alzhéimer espiritual” a las autoridades de las curias. Regaña a los activistas provida por su “obsesión” con el aborto. Ha dicho que los católicos que ponen énfasis en ir a misa, confesarse con frecuencia y rezar oraciones tradicionales son “pelagianos”: gente que cree, de manera hereje, que pueden salvarse a partir de sus propias obras.

Tales condenas desmoralizan a los católicos fieles sin dar a los alejados motivo alguno para regresar. ¿Por qué unirse a una Iglesia cuyos sacerdotes son pequeños monstruos y a cuyos miembros les gusta tirar piedras? Cuando el papa mismo subraya que los estados espirituales internos están por encima de las prácticas rituales, quedan pocas razones para formarse en la fila del confesionario o levantarse temprano para ir a misa.

Incluso a los admiradores más acérrimos de Francisco les preocupa que su agenda esté atrasada. Cuando lo eligieron, Francisco prometió limpiar el Vaticano de sus finanzas corruptas. Tres años después, ha comenzado a retractarse ante la oposición; renunció a una auditoría externa y le quitó autoridad a su hombre clave. Francisco también le ha dado la vuelta a las oportunidades de lidiar con cuestiones doctrinarias. En lugar de apoyar de manera explícita la comunión para los divorciados y las parejas unidas en segundas nupcias, solo los ha animado en silencio con un guiño.

Aquellos que desean ver una iglesia más fuerte tal vez tengan que esperar un tipo distinto de papa. En lugar de tratar de suavizar las enseñanzas de la iglesia, ese hombre necesitaría hablar de cómo la disciplina puede conducir a la libertad. Puede que enfrentar una época hostil con las extrañas exigencias de la fe católica no sea popular, pero con el tiempo puede resultar más eficaz. Incluso Jesús se enfrentó al abucheo de la multitud.

(*) Editor literario de First Things.