03-07-2018

Rusia, un Mundial para romper estereotipos

Por Ezequiel Fernández Moores – Columna de la edición en español de The New York Times

Ezequiel Fernández MooresPor un lado, ruidosos hinchas del llamado tercer mundo afectados por las barreras de idioma, pero que sienten seguridad y se sorprenden por la amabilidad, el orden y el trasporte público. Y, por otro lado, rusos orgullosos ante todo de su Moscú cosmopolita y tolerante como pocas veces antes, aunque temerosos de que tanta buena onda se termine cuando acabe el Mundial. Leo que la filóloga Xenia Turnova eligió estos días analizar la palabra “extranjero”. Recuerda que en la era soviética era sinónimo de “criminal” y en los noventa era algo así como una “maravilla sobrenatural”. Que hasta meses atrás, ya en plena era Vladimir Putin, la frase era “agentes extranjeros”. Y que ahora, en tiempos de Mundial, son “extranjeros, pero no agentes”.

“Esperaba una Nueva York versión Moscú, pero veo todo bastante normalito. Con su lado comunista, que se nota en la parte antigua de sus ciudades. Nos hemos hecho una idea del ruso bastante distinta a la que realmente es, esto por la imagen que los ‘gringos’ nos han vendido. El idioma marca mucha distancia, pero son muy amables, aunque no sé si es porque están ahora en ‘modo Copa del Mundo’”, dice David Moses, economista peruano de 38 años.

Perú, clasificado a un Mundial luego de 36 años y que fue rápidamente eliminado, está entre los cinco países latinoamericanos que ocupan los diez primeros lugares de entradas vendidas. Lidera Brasil, tercero en la lista detrás de Rusia y Estados Unidos, con  72.797 boletos; Colombia quedó cuarto (65.234); México, quinto (60.302); Argentina, sexto (54.031), y Perú, séptimo (43.583). Sus números superan, entre otros, a China (40.251) e Inglaterra (32.362).

Futbolero y poco temeroso de la geopolítica que promovió boicots porque pintaba a Rusia como anfitrión peligroso, el tercer mundo se lanzó de lleno a la fiesta.

“El campeonato terminará, los nobles invitados se irán y nuevamente estaremos cubiertos por la vida cotidiana. Con policías groseros, niños escarbando en botes de basura y mayores de edad en jubilación. Sin ningún voluntario de habla inglesa y políglotas”, avisa el columnista Stanislav Belkovsky.

Con Moscú vedada para protestas en días de Mundial, el opositor Partido Libertario de Rusia, autorizado por el gobierno, mudó a Krasnodar y otras ciudades su reclamo del 1 de julio por la suba de la edad jubilatoria. La dificultad idiomática separa como nunca la locura mundialista de la vida cotidiana en la nación. En bares y hoteles, para los hinchas, la TV es puro ruido si no hay goles. Nadie lee diarios. Y los hinchas que buscan otros escenarios se vuelcan a la cultura y la historia rusa. No al presente, dominado por la forma de una pelota de fútbol.

Andrés Esnaola, ingeniero mecánico argentino de 32 años, entró por curiosidad a una iglesia católica ortodoxa ubicada frente al Museo de Arte Moderno en Moscú y quedó solo frente al sacerdote que oficiaba en inglés. Lo cuenta como un episodio en el que vivió pura amabilidad. “Yo vine con la idea de encontrarme un lugar viejo y soviético, y en Moscú me encontré con una ciudad del primer mundo”, dice a su vez Diego Tornosky, ingeniero naval argentino de 35 años.

Otros compatriotas argentinos se maravillaron con el Museo Estatal de Historia Política de San Petersburgo. Hicieron todo el recorrido indicado. Zares, Primera y Segunda Guerra Mundial. La política de glasnost. Tiempos modernos. Uno de ellos equivocó el camino en el trayecto. Solo así pudo acceder a una sala, no indicada por los guías, dedicada a Stalin. Se habla de “dictador” y los retratos lo favorecen más bien poco.

La mayoría de los argentinos, eso sí, lucía desesperada los últimos días por la falta de trasporte para viajar a Kazán, al choque del sábado ante Francia, en el inicio de los octavos de final. Dos de ellos habían reservado hoteles desde un inicio y hasta viajaron a Veliky Novgorod; pero el encuentro era en Nizhni Novgorod. Cuando el presidente ruso, Putin, se enteró de ello, les regaló boletos para que asistieran a ver la derrota de su selección ante los franceses.

El idioma, fue dicho, sigue siendo la traba principal. “El Google Translate terminó siendo más importante que el agua”, dice Gregory Nicholas, médico brasileño libanés de 26 años. Cuenta que sus viajes en avión fueron buenos y “hasta baratos”. Igual que el trasporte público, taxis y Uber. Dice que Rusia es un país muy seguro, con gente muy amigable e “increíblemente turístico”, lejos de un “terrorismo” como el pintado en los meses previos al Mundial.

“Moscú es increíble y mucho más grande de lo que creíamos, y San Petersburgo es preciosa”, cuenta Pablo Ramírez, mexicano operador de farmacias de 27 años, que dice que ha sufrido con la comida, pero está fascinado por la convivencia de culturas tan diversas y, ante todo, por las “mujeres guapísimas. Yo soy de güeras”, o rubias, “y esto es Disneylandia”, se entusiasma.

Se sabe: un mínimo de ciudadanos de Argentina, Colombia y Brasil tuvo que dejar Rusia y sufrir causas judiciales tras jactarse en sus redes sociales de burlas misóginas a jóvenes rusas, aprovechando la incomprensión entre un idioma y otro. Se sabe menos que, apenas antes del Mundial, la diputada de la Duma estatal Tamara Pletneva había dicho que las mujeres rusas debían evitar relaciones con hinchas porque luego iba a haber muchos hijos sin padre. “Nuestras mujeres probablemente gestionarán sus propios asuntos ellas mismas. Son las mejores del mundo”, se jactó en la respuesta Dmitri Peskov, portavoz de Putin.

“Mantengo la idea de que los rusos son muy toscos y el servicio al cliente no es bueno, igual que la comida”, pero “me llevo la historia y la arquitectura”, dice Daniela Pérez, periodista colombiana de 24 años.

“El lenguaje universal de los gestos ayuda aún en las ciudades más chicas, donde nos sacaban fotos como si fuéramos extraterrestres”, añade Andrés Berenguer, abogado uruguayo de 34 años.

“Esperaba un país más cerrado y distante, pero encontré una Rusia más abierta, una experiencia fantástica”, afirma Bruno Narvaes, abogado brasileño de 35 años. Todos fueron entrevistados para este artículo mientras recorrían el centro de Moscú.

“Somos diferentes, pero allí veríamos parques llenos de basura, aquí lavan las calles y las barren, hay seguridad, no como en mi país”, completa Carlos Mejía, ingeniero agrónomo salvadoreño.

“En los últimos años, los medios de comunicación de los países occidentales y Estados Unidos convirtieron a Rusia en un lugar terrible, para ser temido, y convirtieron al presidente del país en un monstruo peor que Stalin”, escribe el periodista Vladimir Pozner. Concluye: “No soy partidario de la política de Putin, pero sé perfectamente cómo se crea una imagen negativa en los medios. La forma en que Rusia y su presidente están representados tiene poco que ver con la realidad”.

(*) Periodista argentino. Autor de “Díganme Ringo”, biografía de Bonavena.