20-11-2015

El fin de una campaña que obligó a Scioli y a Macri a ensuciarse

La veda electoral le puso punto final a un recorrido que obligó a los candidatos a salir de sus espacios de confort para meterse de lleno en una carrera feroz.

scioli macri Ya está, la campaña terminó, desde las 8 de hoy la veda impide que los candidatos presidenciales que se enfrentarán en el primer balotaje de la historia argentina, Daniel Scioli y Mauricio Macri, sigan con sus actos y declaraciones de cara a un domingo que elije no solo quién será el sucesor de Cristina Fernández de Kirchner, sino que también le cambiará la cara a una forma de construir poder que ya lleva más de 10 años.

A diferencia de las carreras por el Sillón de Rivadavia que sucedieron luego del estallido de 2001, cuando el “que se vayan todos” marcó el compás de un tiempo al rojo vivo, esta vez quienes se disputan por el puesto político más importante del país tuvieron que enfrentar estrategias extremas, que los llevó al borde del agotamiento para buscar los votos que necesitan para imponerse en las últimas elecciones de un año movido.

En una de las últimas apariciones públicas junto a la Presienta, el candidato oficialista mostró todo el trajín de una campaña dura: la mirada perdida, algo desalineado, con unos zapatos llenos de tierra y unas medias caídas que le daban un aire a aquel pibe que ilustraba la histórica primera tapa de Billiken.

De la vereda de enfrente, el hombre de Cambiemos apareció en todos lados, generalmente escoltados por su esposa, Juliana Awada, en un raid mediático extremo y en actos en lugares poco frecuentes para su estilo de hacer política: el de ayer en Humahuaca, donde cerró campaña, rodeado de ofrendas a la Pachamama, es un ejemplo de esto.

Desde la oposición le endilgaron al oficialismo encabezar una “campaña sucia”, pero más allá de las consideraciones y las chicanas, lo que sí sucedió fue que los aspirantes a la presidencia tuvieron que salir de sus espacios de confort y ensuciarse, en el sentido laborioso del término, en una lucha cuerpo a cuerpo que les demandó más de lo que habían demostrado en la previa.

Sin el carisma de Carlos Menem o la elocuencia de Cristina Fernández, Scioli y Macri debieron extremar sus declaraciones, estirar los límites del esfuerzo para captar votos y buscar llenar la mayor cantidad de espacios, al entender que estar es ganar.

Y ninguno de los dos es el mismo al que era desde que arrancó este recorrido. Aquel jefe de Gobierno porteño que imprimía en su gestión un formato gerencial, sin dejar de pivotear en la Ciudad de Buenos Aires para posicionarse frente al resto cambió demasiado, como también lo hizo gobernador bonaerense, el abanderado de la fe y la esperanza, un gambeteador de preguntas que se llevaba la atención, con una sonrisa forzada pero siempre lista para la ocasión, para mantener todo lo que se hizo bien y mejorar lo que se hizo mal.

La campaña los obligó a mostrar un rostro humano, a mezclarse entre la gente, a mimetizarse con la vieja forma de hacer política, la del contacto, tan diferente a lo que pensaban, un reino de diseño, de redes sociales y spots virales en la web.

Bajo esta realidad, la política de siempre, Scioli y Macri obligados a tejer acuerdos para una futura gobernabilidad, que es el primer ítem de atención de cara a lo que se viene. Que el Frente Renovador, que los medios, que los empresarios, que los sindicatos. Demasiado, pero necesario, para una campaña feroz.

Luego del domingo, más allá de los resultados, los dos candidatos, el oficialista y el opositor, se enfrentarán a un conteo de daños, de mirar para atrás para ver qué dejaron a su paso: uno se deberá quedar a levantar los destrozos, el otro tendrá que seguir hacia adelante.